En la Perashá de Terumá, Hashem ordena al pueblo de Israel traer ofrendas para la construcción del Mishkán, el Tabernáculo donde Su presencia residiría entre ellos. Oro, plata y cobre fueron donados, cada persona según su capacidad y voluntad, demostrando que en la construcción de un santuario para Dios, todos tienen un papel esencial, sin importar su nivel material.
Más adelante, los líderes de las tribus ofrecieron piedras preciosas, incluyendo el ónice y las piedras de engaste para el efod y el pectoral del Kohen Gadol. A simple vista, podríamos pensar que estos aportes son más valiosos que el oro y la plata. Sin embargo, la Torá enumera primero los metales, porque estos fueron donados por todo el pueblo, incluso por quienes tenían menos recursos y para quienes dar era un acto de verdadero sacrificio.
Este orden nos enseña una lección profunda: para Hashem, el valor de la ofrenda no se mide en su precio material, sino en el esfuerzo y la intención detrás de ella. Un pequeño acto de generosidad realizado con sacrificio puede tener un peso infinito en los ojos de Dios. Así, el oro del pueblo, aunque de menor valor que los diamantes de los príncipes, brilla con una luz aún más grande, porque es la expresión del corazón entregado con amor y dedicación.
One Kosher te desea Shabat Shalom.