La Parashat Ki-Teseh nos presenta una enseñanza profunda a través de una ley que, a primera vista, podría parecer dura: los latigazos que recibían aquellos declarados culpables de ciertas transgresiones. La Torá menciona que un pecador debía recibir cuarenta latigazos, pero los Sabios, tras estudiar el texto, concluyeron que debían ser treinta y nueve. Esta diferencia no es un simple tecnicismo; esconde un mensaje poderoso y lleno de esperanza.
Según el Maharal de Praga, el número cuarenta está relacionado con la creación del ser humano, pues el cuerpo se forma durante cuarenta días tras la concepción. Pero, lo interesante es que explica que en realidad el cuerpo físico se completa en treinta y nueve días, y el alma entra en juego el día cuarenta. La parte física de nuestro ser es la que comete los pecados, pero el alma, dice el Maharal, siempre permanece pura.
Entonces, ¿por qué no se aplica el cuadragésimo latigazo? Porque ese golpearía al alma, que no ha sido manchada por el pecado. Esta enseñanza es clave: aunque cometamos errores, hay algo dentro de nosotros que siempre permanece intacto, una chispa de santidad que no se apaga. Este concepto nos inspira a no rendirnos jamás. Incluso cuando creemos que hemos caído demasiado bajo, debemos recordar que en lo profundo de nuestro ser, hay una parte que no puede mancharse. Y esa parte es la que nos impulsa a levantarnos, a mejorar y a volver a nuestro camino espiritual.
Así, la Torá no busca castigarnos sin más, sino darnos la oportunidad de redimirnos, de recordar que somos más de lo que aparentamos, y que, sin importar lo que hayamos hecho, siempre tenemos la posibilidad de volver a ser la mejor versión de nosotros mismos. ¡Eso es lo que nos hace grandes!
One Kosher te desea Shabat Shalom.