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El valor del esfuerzo

Parashat Ki-Tabo nos presenta una hermosa lección sobre el valor del esfuerzo, a través de la mitzvá de los Bikkurim, la ofrenda de los primeros frutos. Según la Torá, los terratenientes deben llevar sus primeros frutos maduros al Bet Ha’mikdash y entregarlos al Kohen en una cesta. Un detalle interesante lo encontramos en la Guemará, en Masechet Baba Kama (92a), donde se comenta que los terratenientes ricos ofrecían sus frutos en cestas ornamentadas, que luego les eran devueltas. En cambio, los campesinos pobres traían sus frutos en cestas sencillas de juncos, que los Kohanim se quedaban. De aquí nace un refrán arameo: “Batar Anya Azla Aniyuta”, que significa: “Los pobres se empobrecen”. Es decir, los ricos, que pueden costear nuevas cestas, las recuperan; mientras que los pobres, quienes apenas pueden permitirse una, la pierden.

A primera vista, esto parece injusto. ¿Por qué los ricos recuperan sus cestas y los pobres no? Una explicación es que se buscaba evitar la vergüenza de los campesinos pobres. Si se les devolvieran sus cestas, los frutos, probablemente de menor calidad, quedarían expuestos al público. El Kohen guardaba las cestas para proteger su dignidad.

Sin embargo, hay una razón aún más profunda. Imaginemos cómo el rico y el pobre obtuvieron sus cestas. El terrateniente adinerado probablemente compró una cesta lujosa en una tienda exclusiva, mientras que el campesino pobre recogió juncos en la orilla de un río y, junto a su esposa, pasó horas tejiendo su humilde cesta. Cuando ambos llegan al Bet Ha’mikdash, el Kohen, que actúa en nombre de Hashem, se queda con la cesta hecha a mano por el hombre pobre, reconociendo el esfuerzo y el sacrificio invertido en ella.

Lo que Hashem valora no es el producto final, sino el esfuerzo detrás de la acción. Una cesta de juncos, fruto del trabajo y dedicación, tiene más valor ante Di-s que un objeto lujoso obtenido sin mayor esfuerzo. La Mishná en Pirkei Avot (5:23) nos enseña: “Lefum Sa’ara Agra” — la recompensa depende del esfuerzo. Una mitzvá realizada con perfección, pero sin esfuerzo, no tiene tanto valor como aquella que, aunque imperfecta, fue hecha con todo el corazón.

Esta lección resuena especialmente en la preparación para las fiestas. A veces, vemos nuestras tareas como meras obligaciones, cuando en realidad son oportunidades de conexión espiritual. Un ejemplo es cocinar para Shabat. No es una “molestia” que debemos evitar, como algunos podrían sugerir, sino una labor de amor, una expresión tangible de nuestra devoción por Hashem.

Al acercarnos a las festividades, recordemos que el verdadero valor de nuestras acciones no está en el resultado, sino en el esfuerzo sincero que ponemos en ellas. Que nuestras Tefilot, nuestra Teshubá y nuestras mitzvot sean fruto de un corazón comprometido, agradecido por la oportunidad de servir. Porque, al final, lo que más importa es cuánto nos esforzamos, cuánto nos dedicamos, y cuánto amor pusimos en cada acto.

One Kosher te desea Shabat Shalom.

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