En la Perashá de esta semana, la Torá nos dice: “Como los hechos de la tierra de Egipto, en la cual habitaron, no haréis…” (Vaikrá 18:3). Esta advertencia no es solo una prohibición de actos específicos, sino una profunda enseñanza sobre la identidad y la influencia.
El pueblo de Israel salió de Egipto no solo geográficamente, sino que también debía salir espiritualmente. Egipto representaba una sociedad corrupta, sin valores, donde la inmoralidad era norma. Vivir rodeado de tal ambiente deja huella; es inevitable que el entorno moldee, influya, empuje. Y, sin embargo, la Torá nos exige lo casi imposible: “No te comportes como ellos”.
¿Cómo es posible resistir la corriente de una sociedad tan fuerte? La clave está en las siguientes palabras del versículo: “Yo soy Hashem tu Dios.” Cuando uno se identifica sinceramente con Dios, cuando internaliza que el Todopoderoso es su Dios —personal, cercano, presente—, comienza a vivir con otro eje, otra brújula. Ya no es la sociedad quien define su conducta, sino los valores eternos de la Torá.
Dios, como fuerza suprema, no solo puede sacarte de Egipto físicamente, también puede elevarte por encima de su influencia espiritual. Pero eso ocurre solo cuando te identificas con Él, cuando Su voluntad se vuelve parte de tu identidad. Ahí es donde florecen los valores, la sensibilidad, la verdadera educación.
El mensaje es claro: no eres producto de tu entorno; eres producto de tu conexión. Si tu conexión es con lo alto, tus actos lo reflejarán. Vive con dignidad, con integridad, con santidad, no porque la sociedad lo dicta, sino porque tú elegiste identificarte con lo divino. Esa es la verdadera libertad.
One Kosher te desea Shabat Shalom.