Hay momentos en la vida en los que sentimos que la misión que se nos pide cumplir es demasiado grande para nosotros. Eso le ocurrió a tres de los personajes más extraordinarios de la Torá: Yaakov, Moshé y Yoná. Ninguno era cobarde, pero todos tuvieron miedo. No era miedo al peligro físico. Era algo mucho más profundo: miedo a no ser suficientes.
Yaakov, a punto de enfrentar a Esav, temblaba. Moshé se negaba una y otra vez a aceptar el liderazgo: “¿Quién soy yo?”. Yoná intentó huir de su misión. Esa sensación de pequeñez no nace de debilidad, sino de responsabilidad. Quien entiende la grandeza de la tarea, duda de su propia grandeza.
La noche en que Yaakov lucha con el ángel simboliza esa batalla interior. Al amanecer recibe un nuevo nombre: Israel, el que lucha y prevalece. La victoria no está en no sentir miedo, sino en no huir de él.
La grandeza no está reservada para unos cuantos. Shakespeare lo dijo de manera brillante: “Hay quien nace grande, hay quien llega a serlo, y a quien la grandeza le es impuesta”. El pueblo judío es la tercera categoría. La grandeza no se nos concedió por elección, sino por destino. Y nuestra tarea no es huir de ella, sino aceptarla con humildad y valentía.
Nuestro mayor temor no es ser insuficientes, sino ser “poderosos más allá de toda medida”. Cuando brillamos, permitimos que otros brillen. El mundo no necesita que seamos pequeños, sino auténticos y valientes.
La lección es simple y profunda: sentir miedo es normal, rendirse a él no. Dios confió en los más grandes cuando ellos dudaban de sí mismos. También confía en nosotros. Cada paso que damos, aun temblando, construye grandeza. Somos hijos de Israel. Nuestra historia comienza con la lucha, y continúa con el valor de avanzar aún con la desaprobación del mundo entero. Am Israel Jay.
One Kosher te desea Shabat Shalom.
