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El libre albedrío no fue un error, sino un regalo

En el principio, cuando Dios creó el cielo y la tierra, dio forma a la perfección: la luz y la oscuridad, los mares y la tierra firme, los animales que siguen su instinto y viven en armonía con su esencia. Pero después, creó al ser humano, una criatura diferente, dotada de una chispa divina: la conciencia.
Y con ella, el don y el desafío del libre albedrío.

Podemos preguntarnos: ¿por qué crear un ser capaz de rebelarse, de dañar, de destruir lo sagrado que recibió? La respuesta está en la profundidad del propósito. Los animales no cuestionan su naturaleza, actúan por instinto. El hombre, en cambio, elige. Y es precisamente en esa elección donde habita la grandeza de su alma.

El libre albedrío no fue un error, sino un regalo: la oportunidad de construir el bien, de elevar el mundo y de conquistar el cielo a través del esfuerzo, la disciplina y la bondad. Dios no quiso seres programados para obedecer, sino almas capaces de superarse, de transformar la oscuridad en luz y el egoísmo en amor.

Por eso el Creador decretó: “Con el sudor de tu frente comerás el pan”. No como castigo, sino como un llamado a ganarte el mérito de la creación, a participar activamente en el acto divino de construir un mundo mejor. El que trabaja, lucha, estudia y se domina a sí mismo, no solo progresa en la tierra: asciende espiritualmente, gana un lugar más alto en el mundo celestial.

Porque al final, no fuimos creados para ser perfectos, sino para perfeccionarnos. Y en ese esfuerzo constante por elegir el bien sobre el mal, por creer en la luz incluso en medio de la oscuridad, es donde el ser humano se vuelve verdaderamente semejante a Dios.

One Kosher te desea Shabat Shalom.

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