En la parashá de Balak, el hechicero Bilam intenta maldecir al pueblo de Israel, pero termina pronunciando una de las frases más enigmáticas y poderosas: “He aquí, un pueblo que habita apartado y no se cuenta entre las naciones” (Bamidbar 23:9). A primera vista, viniendo de un hechicero hostil, podría parecer una maldición: aislamiento, soledad, separación. Pero en la profundidad del mensaje, se revela una bendición disfrazada.
Sí, el pueblo de Israel ha vivido apartado. No por orgullo, sino por propósito. En un mundo de confusión moral, Israel lleva la antorcha de valores eternos, de justicia, compasión, y monoteísmo. Desde la entrega de la Torá, su identidad no depende de la aceptación externa, sino de su compromiso con lo divino y su misión universal.
Y aunque la Torá dice en Bereshit que “no es bueno que el hombre esté solo”, eso se refiere a la necesidad de una conexión significativa. La separación que vive Israel no es desconexión, sino integridad: tener raíces firmes para poder influir, no diluirse. Como la luz del candelabro que no se mezcla con la oscuridad, sino que la disipa.
Incluso el castigo del metzorá, el leproso que debía aislarse, no era aislamiento eterno, sino una pausa para la reflexión y el retorno al vínculo con la comunidad.
Por eso, la supuesta “maldición” de Bilam fue en verdad una bendición. Israel, con su sentido de pertenencia y valores, no se aísla del mundo… se eleva para iluminarlo. En ciencia, medicina, tecnología, pero sobre todo, en plegaria y ética. Ser distintos no es una condena; es una responsabilidad sagrada.
La mayor bendición no es ser parte de todo, sino tener algo propio que dar al mundo.
One Kosher te desea Shabat Shalom.