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La luz del espíritu nunca muere

Último día de Janucá. Hace veintidós siglos, cuando Israel estaba bajo el dominio del imperio de Alejandro Magno, un líder en particular, Antíojus, decidió forzar el ritmo de la helenización, prohibiendo a los judíos practicar su religión y estableciendo en el Templo de Yerushalaim un estatua como ídolo.

Esto se tornó insoportable y un grupo de judíos, los Macabeos, luchó por su libertad religiosa, obteniendo una sorprendente victoria contra el ejército más poderoso del mundo antiguo. Después de tres años reconquistaron Jerusalem, reinauguraron el templo y volvieron a encender la menorá con la única vasija de aceite puro que encontraron entre los escombros.

Fue uno de los logros militares más impresionantes del antiguo mundo. Fue, como decimos en nuestras plegarias, una victoria de unos pocos sobre muchos, de los débiles sobre los fuertes. Está resumido en una línea maravillosa del profeta Zejaria: no con poder ni con fuerza, sino con mi espíritu, dice Hashem. Los macabeos no tenían poder ni fuerza, ni armas ni eran muchos. Pero tenían una doble porción del espíritu judío que anhela la libertad y está dispuesto a luchar por ella.

Nunca creas que un puñado de personas dedicadas no puede cambiar el mundo. Inspirados por la fe, pueden. Los macabeos lo hicieron en ese tiempo. Nosotros también podemos hoy.

La luz del espíritu nunca muere

Hay una pregunta interesante que hacen los comentaristas sobre Janucá. Durante ocho días encendemos velas, y cada noche hacemos la bendición sobre los milagros: she-asá nisim la-avotenu. Pero, ¿cuál fue el milagro de la primera noche? La luz que debería haber durado un día duró ocho. Eso significa que hubo algo milagroso entre los días 2 y 8; pero nada milagroso el primer día.

Quizás el milagro fue que los macabeos encontraron una vasija de aceite con su sello intacto, sin impurezas. No había razones para suponer que algo hubiera sobrevivido a la profanación sistemática que los griegos y sus seguidores le hicieron al Templo. Sin embargo, los macabeos buscaron y encontraron ese único frasco. ¿Por qué buscaron? Porque tenían fe en que de la peor tragedia algo sobreviviría. El milagro de la primera noche fue el de la fe misma, la fe en que quedaría algo con lo que empezar de nuevo.

Así ha sido siempre en la historia judía. Hubo momentos en los que cualquier otro pueblo se habría rendido, desesperado: después de la destrucción del Templo, o las masacres de las cruzadas, o la expulsión española, o los pogromos, o la Shoa. Pero por alguna razón los judíos no se sentaron y lloraron. Reunieron lo que quedaba, reconstruyeron a nuestro pueblo y encendieron una luz como ninguna otra en la historia: una luz que nos dice a nosotros, y al mundo, del poder del espíritu humano para superar cada tragedia y negarse a aceptar la derrota.

Sigamos con fuerza, Israel triunfará. Estamos en los días del milagro, bh se hará el milagro. One Kosher te desea  Shabat Shalom.

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